lunes, 23 de abril de 2012

Día del libro



Sentada en la mecedora, cerca del ventanal que daba a la calle, recuerdo a mi abuela, que a sus ochenta y cuatro años, aún sin gafas, devoraba con la paciencia que dan los años, las páginas de aquella novela de Don Pio Baroja, que yo había sacado de la Biblioteca para un trabajo de literatura.
Disfrutaba con la lectura, pero también  narrando las maravillosas historias que leía.
Su expresión, su lenguaje impecable, y la frecura de sus dotes narrativas, llamaban la atención en una mujer de su época.
“Un libro entre las manos bañado por la luz del mediodía quedó grabado en mi retina.”
Fascinada por las historias que contaban los mayores en las tertulias poniendo en marcha el engranaje de mi imaginación, hizo que pronto aprendiera a encontrar en los libros una puerta de salida al exterior, que en las calurosas e interminables tarde de verano, llenaban mi mundo.
¡Era increible! Cada palabra se dibujaba en mi mente con la facilidad del lapiz del artista, quedando maravillada cuando las imágenes se sucedían formando una pelicula. Entraba tan dentro de la historia que me confundía entre sus personajes perdiendo la noción del tiempo.
Descubrí que esas páginas, llenas de letras bien alineadas, eran algo más que páginas. Eran la llave que abría las puertas de la sabiduría, de la imaginación, de los sentimientos, el conocimiento y los valores.
Encontré en los libros la amistad. Aprendí a soñar, a sonreir y a entristecerme, con las historias que ellos guardaban, llenando los huecos de mi vida.
Hoy cuando las canas adornan mis sienes y he llegado a la edad de poder vivir y recordar, el libro sigue siendo un fiel amigo, me sigue acompañando y ocupa su espacio entre los objetos más apreciados que rodean  mi vida.
Tener un libro abierto entre mis manos y contemplar como la luz baña las letras, sigue siendo algo que me estremece y me hace recordar a quienes me enseñaron a amar la literatura y a tener entre mis amigos un libro.

Autora: Jerónima Caparrós Soler